Solsticio de invierno



El origen de la Navidad es el solsticio de invierno. Es el día más corto del año en el hemisferio norte, en la antigüedad no se conocía el hemisferio sur, ni el continente americano. A partir de esta fecha, el día crece hasta llegar al solsticio de verano en el que el día es el más largo del año. ¿Cómo no celebrar que el sol regresara de su viaje al sur de planeta? Ese astro ha sido y es la base de la vida en nuestro planeta. La luna del solsticio invernal se llama Yule, marca el regreso de la luz solar. Se celebraba con un leño que se quemaba en la Nochebuena, pero no totalmente. Lo que quedaba de este leño se guardaba para quemarlo en el año siguiente como una protección del hogar.

En la época en la que la naturaleza se despojaba de sus riquezas vegetales, el pino conservaba su verdor, por esa razón se le celebraba y se le adornaba con los colores que representan la vida: verde y rojo, clorofila y sangre. Para convocar la abundancia se preparaban alimentos especiales y se obsequiaban regalos a los niños. La religión decidió apoderarse de esta fiesta en vista que la celebraban más que la primera fecha que impusieron del nacimiento de Jesús en el mes de enero. "Si no puedes contra ellos, únete a ellos" dice la sabiduría popular.

Con el delirio consumista estamos lejos de la naturaleza, sus ciclos y del nacimiento del niño Jesús. Lo que permanece detrás de la agitación y el gasto obligado, son los alimentos propios de estas festividades. Ponerlos en las mesas para compartirlos y consumirlos era la fórmula mágica para que no faltaran en los tiempos que seguían hasta la primavera con sus promesas, el verano y el otoño con las cosechas y la vendimia para cerrar el ciclo una vez más en el solsticio de Invierno.


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